Camina
incansable, recorre de punta a punta la calle más porteña, una y otra vez, en el
estruendo del día y la estridencia de luces nocturnas. Camina entre las
multitudes que se agolpan en las veredas de teatros y pizzerías, observa caras
y carteles, quioscos y vidrieras. Su obsesión son las librerías. En sus escaparates
busca un libro especial. Uno que no encuentra.
Prefiere
no entrar para preguntar. Ya lo hizo otras veces, y siempre sin una respuesta.
Tanto
tiempo lleva buscando que perdió la cuenta de los días. De los años. La
fisonomía de la calle cambia. El sol se esconde tras los edificios, las
multitudes desaparecen y Corrientes duerme. Una nueva mañana sucede. Y él,
buscando. Buscando.
Alguna
vez su nombre rutiló en las vidrieras más importantes: gloria efímera que
coronó largos desvelos.
Necesita
encontrar ese libro con su nombre, para recordarse a sí mismo. Para encontrar
su alma desnuda en aquellas páginas.
Tal
vez un librero lo redescubra y vuelva a exhibirlo, y él exista otra vez para el
mundo. No de la manera en que existía cuando la gente lo veía pasar, y el librero
respondía a su saludo, y el sol podía tocar su piel. Pero existir, de algún
modo.